Época: I Guerra Mundial
Inicio: Año 1914
Fin: Año 1918

Antecedente:
La I Guerra Mundial

(C) Emma Sanchez Montañés



Comentario

El colapso de Rusia significó el fin de la vieja pesadilla de Schlieffen: la guerra en dos frentes. El alto mando alemán podría concentrar desde 1918 todos sus esfuerzos en el frente occidental. A pesar de que tanto los ejércitos alemanes como sobre todo los austríacos mostraban ya claros síntomas de agotamiento -al extremo que en la primavera de 1917 el nuevo Emperador austríaco, Carlos, y su ministro de Exteriores, Czermin, contemplaron seriamente la posibilidad de una paz separada con Gran Bretaña y Francia-, los poderes centrales podían incluso pensar en lograr la victoria decisiva.
Tanto más así, a la vista de lo sucedido en 1917 en el frente occidental. El nuevo jefe de los ejércitos aliados, el general Robert Nivelle -que sustituyó a Joffre el 3 de diciembre de 1916-preparó una nueva ofensiva, lo que él llamó "la guerre á outrance", que, esta vez, se desarrollaría al este de la anterior, por Champaña, en torno a la carretera llamada "Chemin des Dames", junto al río Aisne en las proximidades de Reims. La ofensiva, precedida como las anteriores por una formidable "cortina de fuego" de la artillería que se prolongó durante quince días, comenzó el 21 de abril de 1917, cuando los V y VI ejércitos franceses, y días después el IV, se lanzaron contra las posiciones alemanas (que habían sido ligeramente retrasadas por el mando alemán para formar la llamada "línea Hindenburg", perfectamente fortificada); ingleses y canadienses atacaron más al oeste, por Arrás. La ofensiva del "Chemin des Dames" resultó muy parecida a la del Somme: 40.000 soldados franceses murieron el primer día. Los ataques se repitieron inútilmente hasta mediados de mayo. Las ganancias francesas volvieron a ser mínimas. Francia perdió 270.000 hombres. El 29 de abril se produjo además un motín en una unidad situada al sur de Reims. La desmoralización parecía haberse apoderado del Ejército francés. Hubo amotinamientos en 68 de sus 112 divisiones: 55 soldados fueron fusilados como responsables. Nivelle fue sustituido por Pétain (15 de mayo de 1917).

Con todo, la ofensiva aliada no había terminado. El jefe de las fuerzas británicas, el general Haig, estaba convencido de que la única forma de romper las líneas alemanas era por el que él estimaba, probablemente con razón, que era su flanco más débil: por Flandes. El 7 de junio, los ingleses lograron un importante éxito al volar con minas las ventajosas posiciones que los alemanes ocupaban en Messines, al sur de Ypres. El 16 de julio, comenzó el bombardeo de la artillería británica, y el 31 empezó lo que se llamó la "tercera batalla de Ypres" (o de Passchendaele, localidad muy próxima a la anterior), esto es, una serie de ataques masivos de la infantería inglesa apoyada por tropas canadienses, australianas y neozelandesas a lo largo de un frente de 24 km., con el objetivo de llegar a los puertos belgas de Ostende y Zeebruge y, si fuera posible, tomar Brujas; y también, como en 1916, de someter al ejército alemán a una devastadora guerra de desgaste.

Pero al igual que sucediera en 1916 en el Somme, la táctica frontalista de Haig resultó catastrófica. Las lluvias continuas y los efectos de los bombardeos sobre el terreno convirtieron éste en un dantesco "mar de barro", en el que quedaron retenidos soldados, caballos y carros, batidos continuamente por los alemanes situados siempre en alturas dominantes. Pese a que la ofensiva había avanzado sólo unos ocho kilómetros y que para mediados de agosto había quedado detenida, Haig volvió a ordenar nuevos ataques: por Menin (20-25 de septiembre), por el bosque de Polygom (26 septiembre-3 de octubre), por Poelcapelle (9 de octubre) y por Passchendaele (12 de octubre y de nuevo 26 de octubre-10 de noviembre). Las bajas británicas fueron elevadísimas: unos 400.000 hombres entre muertos y heridos (las bajas alemanas se estimaron en 200.000). Paul Nash, el artista inglés, pintó aquella terrible devastación en un cuadro, especie de evocación surrealista y fantasmagórica, que tituló sarcásticamente "Estamos creando un mundo nuevo". Passchendaele (que fue tomada por los canadienses el 10 de noviembre, pero que sería recuperada por los alemanes poco después) quedó como el símbolo del carácter masivamente destructivo y atroz que había adquirido la guerra, y como un ejemplo de la inutilidad de una táctica absurda y arcaica, pues los ingleses no consiguieron ninguno de sus objetivos. La evidencia de que eso era así vendría poco después: el 20 de noviembre de 1917, los ingleses atacaron por sorpresa con 380 tanques por Cambrai, cerca de Arrás, y en apenas cuatro días, penetraron en profundidad por las líneas alemanas con un mínimo de bajas. Pétain, aún partidario de la guerra de posiciones, había tratado de aliviar a los ingleses, y en la segunda mitad del año, atacó primero por Verdún y luego por el "Chemin des Dames", con discretos éxitos sectoriales. Eso, y el nombramiento de Clemenceau, encarnación del patriotismo republicano, como primer ministro (17 de noviembre de 1917) devolvieron la moral a Francia.

Ello acabaría por ser decisivo. Pues en 1917, al colapso de Rusia y Rumanía y al fracaso de las ofensivas de Nivelle y Haig, se unió un último revés. El 24 de octubre, una ofensiva germano-austríaca (15 divisiones) por el valle del Isonzo -la duodécima confrontación que se producía en la zona- rompió la línea italiana en la localidad de Caporetto y provocó el colapso y la retirada desordenada de las tropas italianas (marco de "Adiós a las armas", de Hemingway). Italia perdió unos 500.000 hombres (200.000 en el frente, 300.000 prisioneros) y sólo con ayuda de refuerzos ingleses, franceses y norteamericanos, sus ejércitos pudieron reagruparse ya a mediados de noviembre sobre el río Piave, a escasísima distancia de Venecia (y a casi 100 km. de la línea inicial).

Sólo en un frente prosperaron los aliados, en el más marginal de todos ellos, en Oriente Medio. En Mesopotamia, los ingleses tomaron Kut (23 de febrero de 1917) y Bagdad (11 de marzo). Paralelamente, para apoyar la rebelión árabe liderada por Hussein y sus hijos Feisal, Abdullah y Alí, iniciaron una ofensiva sobre Palestina desde Egipto, por Gaza, que cobró fuerte impulso desde que el 28 de junio de 1917 se puso a su frente el general Allenby y desde que el antiguo arqueólogo de Oxford T. E. Lawrence (1888-1935) tomó Akaba (6 de julio) al mando de una informal guerrilla de jinetes árabes, primera de una serie de operaciones audaces sobre las posiciones turcas a lo largo del ferrocarril Alepo-Medina. El 31 de octubre, los ingleses tomaron Beersheba, y sólo dos días después, el ministro de Asuntos Exteriores, Balfour, tras reconocer las aspiraciones de los árabes, prometía considerar favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para los judíos. Allenby arrolló a los turcos: el 16 de noviembre entró en Jaffa y el 9 de diciembre, en Jerusalén.

Pero era evidente que la decisión final no se libraría en ese frente, sino en el frente occidental, como los principales responsables militares de la guerra siempre pensaron. Seguro de su superioridad una vez que Rusia estaba fuera de la guerra, Ludendorff creyó que podría lograr la victoria total y preparó una gran ofensiva -que esperaba fuera definitiva- para la primavera de 1918. Dos circunstancias le decidieron. Primero, la necesidad de anticiparse a la llegada de tropas americanas. La exposición por el presidente Wilson ante el Congreso norteamericano el 8 de enero de 1918 de un programa de paz de 14 puntos era el preludio de lo que ya se perfilaba como una intervención masiva de Estados Unidos en la guerra, pues el programa (que incluía entre otros extremos la restauración de Bélgica, Serbia y Rumanía, la independencia de Polonia y la devolución a Francia de Alsacia y Lorena) requería la victoria militar de los aliados. Segundo, el temor a que la prolongación de la guerra terminara por generar una crisis social y política de consecuencias imprevisibles en la propia Alemania y sobre todo, en Austria-Hungría.

En efecto, el desgaste de Austria-Hungría era, a principios de 1918, más que evidente. A pesar de que en 1914 las distintas nacionalidades se habían sumado al esfuerzo de guerra, el peligro de la reaparición de los conflictos nacionales alentaba en todo momento en el interior del Ejército austro-húngaro. Lo probaban, por lo menos, incidentes aislados, como deserciones de soldados checos, croatas y eslovenos y hasta alguna sospechosa rendición de tropas de esas nacionalidades ante rusos y serbios. Además, en abierta oposición al régimen de Viena, se había formado en el exilio, en París, un "comité sudeslavo" (mayo de 1915) dirigido por intelectuales y políticos croatas que retomaron la antigua idea de una "Yugoslavia independiente" por integración de Croacia y Eslovenia en el reino de Serbia. Habían surgido también núcleos nacionalistas checos partidarios o de una confederación eslava bajo protección rusa o de un nuevo Estado checo independiente, como el Consejo Nacional Checo creado en París por Tomas Masaryk, antiguo profesor de Filosofía en la Universidad de Praga, y Edward Benes, profesor de Economía en el mismo centro. Y aunque en principio la Legión Polaca creada por Jozef Pilsudski había combatido al lado de los austro-húngaros, pronto quedó claro -sobre todo desde que Polonia quedó en manos de los poderes centrales en 1916- que los polacos aspiraban también a una Polonia unificada e independiente.

Además, el 21 de octubre de 1916, Friedrich Adler, hijo del líder del partido social-demócrata, había asesinado al primer ministro del Imperio, Stürgkh, como protesta contra la guerra. Ya quedó dicho que el nuevo Emperador, Carlos, que subió al trono el 22 de noviembre de 1916 tras la muerte del anciano Francisco José, y su principal asesor, Ottokar Czernin, iniciaron gestiones que se prolongaron a lo largo de 1917 para lograr una paz separada: ambos estaban convencidos de la urgente necesidad de reformar la organización territorial del Imperio y de reconocer de alguna forma las aspiraciones de las nacionalidades.

La caída del zarismo en marzo de 1917 les convenció, además, de la fragilidad de los viejos sistemas imperiales. Cuando el 30 de mayo se reabrió el Parlamento de Viena, diputados checos y eslavos pidieron ya abiertamente la creación de Estados separados para sus respectivos territorios. Por si fuera poco, la revolución bolchevique de octubre tuvo repercusiones inmediatas en Austria-Hungría. La imposición del racionamiento de alimentos y combustible, consecuencia de los problemas que la guerra estaba creando para el abastecimiento de las grandes ciudades, provocó a finales de 1917 y primeras semanas de 1918 manifestaciones y huelgas en Viena, Budapest y en los enclaves industriales de Bohemia y Moravia (donde derivaron hacia reivindicaciones nacionalistas).

También la situación en Alemania había cambiado. La tregua política que toda la oposición había garantizado al gobierno al iniciarse la guerra parecía en 1917 haber concluido. Ya en diciembre de 1914, 17 diputados del Partido Social-Demócrata (SPD) votaron contra los créditos de guerra pedidos por el gobierno; en diciembre de 1915, lo hicieron 43. Poco antes, en junio, había circulado un carta abierta firmada por más de mil miembros del partido pidiendo la ruptura de la tregua. Por entonces, un pequeño grupo de la extrema izquierda dirigido por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Franz Mehring y Clara Zetkin, se constituyó en corriente revolucionaria y antimilitarista y, a través de folletos y publicaciones clandestinas, inició una intensa labor de propaganda contra la guerra y en favor de una revolución obrera. A pesar de la represión policial, el grupo "espartaquista" -como se les llamaría por el título de una de sus publicaciones- logró incluso organizar una manifestación pacifista el 1 de mayo de 1916. Cuando el 28 de junio su líder, Liebknecht, fue juzgado y condenado a 5 años de cárcel, unos 50.000 trabajadores declararon la huelga en Berlín en señal de protesta.

Las reservas respecto a la guerra fueron creciendo dentro del SPD, abriéndose así una verdadera "crisis de la social-democracia" -por usar el título de un folleto escrito por Rosa Luxemburg en abril de 1915- que culminó cuando en abril de 1917 un grupo de conocidos dirigentes y diputados del partido (Hugo Haase, Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Kurt Eisner, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg) se escindió y creó el Partido Social Democrático Independiente de Alemania (USPD) que nació con una doble aspiración: la reforma constitucional del país y una paz sin anexiones.

Paralelamente, en ese mismo mes de abril de 1917, tras un invierno de especial dureza climatológica, estallaron huelgas espontáneas en Berlín, Leipzig y otras ciudades para protestar contra la escasez de alimentos. En agosto, se produjeron conatos de insubordinación en algunos barcos de la flota. La opinión católica, siempre ajena al espíritu del nacionalismo militarista prusiano, veía también con creciente malestar la prolongación de la guerra (el mismo Papa, Benedicto XV, había hablado reiteradamente contra ella y urgido a los combatientes a negociar la paz). El 19 de julio de 1917, el principal líder del catolicismo político alemán, Matthias Erzberger, del Partido del Centro, presentó ante el Reichstag una "resolución de paz", que pedía que Alemania renunciase a toda posición anexionista y gestionase una paz de reconciliación con sus enemigos. La resolución fue adoptada por 212 votos contra 126; provocó el cese del canciller Bethmann-Hollweg y su sustitución por Georg Michaelis, un mero instrumento de los militares que veían, con razón, en Bethmann-Hollweg un hombre vacilante y débil, incapaz de imponerse al Parlamento: se había opuesto, por ejemplo, a la guerra submarina y quería llevar a cabo reformas constitucionales en Prusia.

La revolución soviética tuvo también en Alemania impacto considerable. Impulsada por un "movimiento de enlaces sindicales", estalló a fines de enero de 1918, al hilo de lo ocurrido en Austria-Hungría, una oleada de huelgas que se extendió por todo el país: más de un millón de trabajadores pararon entre el 28 de enero y el 3 de febrero, en demanda de un pronto acuerdo de paz y de una plena democratización de Alemania. El movimiento huelguístico cedió y fue disolviéndose; pero fue una manifestación más -la más grave hasta el momento- de que el espíritu de 1914 había desaparecido.

Las circunstancias internas de Austria-Hungría y Alemania jugaron por tanto un papel considerable en la decisión de Ludendorff de reactivar la guerra en el frente occidental con vistas a forzar la decisión final. Concentró para ello una fuerza impresionante -unos tres millones y medio de soldados- y decidió atacar por un frente de unos 50 kilómetros por la zona central de las posiciones aliadas, en el Somme (por la localidad de San Quintín), por donde el 21 de marzo de 1918 lanzó sorpresivamente, tras un bombardeo muy intenso pero breve de la artillería, un total de 47 divisiones (ofensiva pensada como una finta, pues Ludendorff pensaba reservar el grueso de sus fuerzas para un posterior ataque por el Norte, por Ypres, en Flandes, contra las posiciones inglesas y belgas).

Con una táctica nueva -en realidad, un retorno a la guerra de movimiento-, basada en penetraciones rápidas con fuerzas ligeras de asalto por los puntos débiles de la línea enemiga evitando así los asaltos frontales y masivos de la infantería sobre trincheras y nidos de ametralladoras, los alemanes, favorecidos por la sorpresa (y por la niebla, que hizo muy difícil detectar sus movimientos), rompieron las líneas británicas por distintos puntos y avanzaron unos 65 kilómetros en una semana, ocupando localidades importantes como Peronne, Bapaume, Montdidier- muy cerca de Amiens- otras, y haciendo más de 80.000 prisioneros. El 9 de abril, Ludendorff, confiado por el éxito inicial, redobló la ofensiva, atacando algo más al norte, entre Bethune y Arrás, por Lille y Armentières (sobre el río Lys), también con éxito, si bien mucho menor pues, debilitadas sus reservas y ante la tenaz resistencia británica, los alemanes no pudieron explotar la ventaja adquirida.

Visto el excelente comportamiento en la ofensiva anterior de las reservas francesas, muy bien movidas por el mariscal Ferdinand Foch (1851-1929), nombrado por ello "generalísimo" de los ejércitos aliados el 14 de abril, Ludendorff decidió atacar al Ejército francés -para eliminarlo de cara a la ofensiva final sobre Flandes- y el 27 de mayo, lanzó un ataque en profundidad sobre el "Chemin des Dames", entre Soissons y Reims, avanzando en un solo día más de 20 kilómetros. Los alemanes tomaron Soissons y llegaron, como en 1914, al Marne amenazando de nuevo París (y el 9 de junio, volvieron a atacar, esta vez más al este, por Metz). Pero los franceses, con la colaboración de la II División norteamericana, situada sobre Chateau-Thierry, replegándose con acierto y orden, pudieron contener la ofensiva.

El esfuerzo había convertido al ejército alemán en una fuerza agotada. Ludendorff, consciente de que ello le obligaba a abandonar su ofensiva por Flandes, quiso explotar la ventaja adquirida por sus tropas e intentar un último esfuerzo sobre París por el Marne. El 15 de julio volvió a atacar por esa zona e incluso sus ejércitos -52 divisiones- cruzaron el citado río y abrieron grandes espacios en las líneas francesas. Pero Foch volvió a resistir y el 18 de julio ordenó un contraataque de sus efectivos -franceses, marroquíes y norteamericanos (de éstos, nueve divisiones)- que, empleando centenares de tanques, hicieron retroceder a los alemanes hasta el río Aisne.

La "segunda batalla del Marne" fue el principio del fin para Alemania. El mando aliado (Foch, Haig, Pétain y el general norteamericano Pershing) ya no perdió la iniciativa. Foch comprendió muy bien que el Ejército alemán se había agotado y a partir de aquel momento lo sometió a una presión incesante en todos los frentes, utilizando para ello las mismas tácticas -ataques rápidos y penetrantes en diagonal- que los alemanes habían usado en su ofensiva de primavera, y empleando con gran eficacia y coordinación tanques, artillería ligera, infantería y aviación. El 8 de agosto, ingleses, canadienses y australianos desencadenaron la "batalla de Amiens": usando preferentemente tanques -unos 450- avanzaron unos 12 kilómetros en un solo día. Días después (21 agosto-3 septiembre), ingleses y franceses atacaron por el Somme y Arrás, y en dos semanas recuperaron todas las posiciones que habían perdido en marzo (Noyon, Peronne, etcétera) obligando a los alemanes a replegarse a sus posiciones del 20 de marzo tras hacerles más de 100.000 prisioneros. El 12 de septiembre, los norteamericanos atacaron por el otro extremo del frente, por Saint-Mihiel, al sudeste de Verdún, casi en la frontera entre Lorena y la propia Alemania, haciendo unos 15.000 prisioneros en un solo día.

El 26 de septiembre, tras 56 horas de bombardeos de la artillería, comenzó el ataque aliado hacia la victoria. Los norteamericanos lo hicieron por la región boscosa del Argona, en Las Ardenas; los ingleses, por Flandes (aunque para girar sobre Lille y Cambrai). La idea era, pues, atrapar a los alemanes en una especie de gran tenaza. Aunque el éxito inicial del avance aliado fue menor de lo esperado -si bien los ingleses tomaron San Quintín, Lens y Armentières-, coincidió con victorias espectaculares sobre los aliados de Alemania en otros frentes y ello quebró la resistencia psicológica del mando alemán: el 29 de septiembre, Ludendorff, convencido de que Alemania no podía ganar la guerra, aconsejó al Kaiser la formación de un gobierno de amplia base parlamentaria para iniciar negociaciones para un armisticio y para la paz, antes de que se produjese el colapso final del ejército.

En efecto, Bulgaria y Turquía cayeron en septiembre y Austria-Hungría, en proceso acelerado de desintegración desde el verano, carecía ya de toda capacidad militar. En el frente búlgaro, desde Tracia y Macedonia a Albania, los aliados habían logrado reunir un gran ejército bajo el mando del general Franchet d´Esperé: 29 divisiones, 700.000 hombres (franceses, ingleses, italianos, serbios traídos desde Corfú, y griegos, pues finalmente Grecia entró en la guerra el 27 de junio de 1917). La ofensiva aliada comenzó allí el 14 de septiembre de 1918 y se concentró sobre las tropas búlgaras posicionadas en Macedonia, al norte de Salónica. Serbios y franceses atacaron por Dobropolje, una zona muy montañosa, para por el valle de Vardar avanzar hacia Skopje; griegos e ingleses lo hicieron por las montañas que rodean al lago Doirán para penetrar hacia los valles de Bulgaria y llegar al río Maritsa. Los búlgaros, sorprendidos, mal equipados y desbordados numéricamente, se derrumbaron. El 30 de septiembre, firmaron en Salónica el armisticio que sellaba su capitulación: su ejército fue desmovilizado, su material de guerra incautado y el país fue ocupado por las tropas aliadas. Parte de éstas pasaron a atacar a alemanes y austro-húngaros en Serbia, donde a lo largo de octubre fueron tomando enclaves y ciudades, al extremo que Franchet acarició la idea de una marcha sobre Berlín por Belgrado, Budapest y Viena. Otra parte de las fuerzas aliadas, los ingleses, mandados por el general Milne avanzaron por Tracia contra Turquía.

En Oriente Medio, Allenby (y Lawrence al frente de los árabes) coordinó sus operaciones con las de Franchet: el 18 de septiembre, lanzó una gran ofensiva en Palestina por la costa ("batalla de Megiddo"), cuando alemanes y turcos esperaban el ataque por Jordania. El éxito fue espectacular. Ingleses y árabes tomaron sucesivamente Haifa y Acre (23 de septiembre), Amán (25 de septiembre) y Damasco (2 de octubre), mientras una escuadra francesa entraba en Beirut (7 de octubre). El 14 de octubre, el Sultán turco, tras cesar a los oficiales nacionalistas (Enver, Talat) que habían llevado a su país a la guerra, pidió un armisticio, que se firmó poco después, el 30 de octubre, en la isla de Maudros, en el Egeo.

El mando aliado había querido que los italianos atacasen por el río Piave al mismo tiempo que Franchet y Allenby lo hacían en Macedonia y Palestina, pero el general en jefe italiano, Armando Díaz (que había sustituido a Cadorna tras Caporetto) prefirió esperar hasta que el debilitamiento de Austria-Hungría fuera irreversible (pues todavía en junio, del 15 al 23, los austríacos habían lanzado un fuerte ataque por la zona que los italianos supieron, esta vez, contener con gran eficacia). La crisis de Austria-Hungría, en efecto, se agudizó a lo largo de la primavera y verano de 1918. Los aliados trataron de fomentar y explotar el creciente malestar de las nacionalidades. Optaron ya abiertamente por la desmembración del Imperio austro-húngaro. Unas llamadas legiones checa, polaca y yugoslava, formadas por soldados que desertaban de los ejércitos austro-húngaros pasaron á combatir con los aliados. El 10 de abril, se celebró en Roma un Congreso de Nacionalidades Oprimidas en el que checos, yugoslavos, polacos y rumanos (de Transilvania) proclamaron su derecho a la autodeterminación. Unos días después, el gabinete italiano reconoció rango de gobierno al Consejo Nacional Checo. Más todavía, el 30 de junio, Italia y Francia anunciaron que reconocerían la independencia de Checoslovaquia: poco después lo hicieron Gran Bretaña y Estados Unidos. Los checos pudieron, así, proclamar formalmente su independencia el 21 de octubre.

Fue entonces, 24 de octubre, cuando se desencadenó la esperada ofensiva italiana sobre Austria, un violentísimo ataque en el Piave que, si bien costó a los italianos numerosas bajas (25.000 en los primeros tres días), logró pronto sus objetivos: la línea austríaca cedió completamente, las tropas italianas hicieron en 10 días medio millón de prisioneros, y tomaron Vittorio Veneto, base del cuartel general austríaco, Trieste y Fiume. Caporetto había quedado vengado e Italia había doblegado a su enemigo histórico. Incluso antes de que el 3 de noviembre cesara la ofensiva, Austria había pedido una paz separada, y el 29 de octubre declaró su rendición incondicional.

El colapso del Imperio era total. Ese mismo día, el Consejo Nacional Yugoslavo proclamó en Zagreb, la capital de Croacia, la independencia de todos los territorios eslavos. Pocos días después, se acordó en Ginebra la unión de Croacia y Eslovenia con Serbia y Montenegro: el 24 de noviembre, se produjo la proclamación oficial del Reino Unido de serbios, croatas y eslovenos, con el rey Pedro de Serbia como soberano. De inmediato también, estallaron sucesos revolucionarios en Viena y Budapest. El 1 de noviembre, se formó un gobierno húngaro independiente presidido por el conde Károlyi, y en Viena, miembros del Parlamento creaban un Consejo Nacional, lo que equivalía a la formación de un Estado austríaco separado. La rendición austro-húngara se hizo efectiva a partir del 3 de noviembre. El día 12, con la abdicación del emperador Carlos, cayó el Imperio Habsburgo tras casi 700 años de existencia. Los días 13 y 14 se proclamaban sucesivamente las repúblicas de Austria y Hungría.

El colapso de los aliados de Alemania precipitó, como ha quedado dicho, el fin de la guerra. El 3 de octubre, en efecto, el Kaiser había nombrado el gobierno que le había aconsejado Ludendorff, un gobierno parlamentario -lo que para muchos constituyó una "primera revolución alemana"- presidido por un liberal, el príncipe Max de Baden, y formado por liberales de izquierda, socialistas y católicos. El mismo 4 de octubre, el nuevo gobierno pidió el armisticio (petición apoyada por Austria-Hungría) sobre la base de los 14 puntos que había anunciado en enero el presidente Wilson, y que eran relativamente generosos con alemanes y austro-húngaros en la medida que no incluían disposiciones punitivas para ellos.

Las negociaciones comenzaron inmediatamente y se prolongaron a lo largo de octubre, coincidiendo por tanto con las últimas operaciones en Oriente Medio y con la ofensiva italiana en el Piave, y mientras los combates continuaban en el frente occidental, donde los alemanes procedieron a retirarse hacia el interior de Bélgica y a la frontera luxemburguesa, pero siguiendo una política de tierra quemada que provocó nuevas destrucciones en suelo francés y belga. Con todo, no hubo acuerdo. Los aliados, convencidos de que los alemanes simplemente querían ganar tiempo, endurecieron sus posiciones negociadoras. Ludendorff llegó a pensar en una especie de "levée en masse" de su país y en una lucha desesperada y heroica hasta el último hombre antes que aceptar una paz deshonrosa (por lo que fue cesado el 26 de octubre y sustituido por el general Groener).

El hundimiento de Austria-Hungría hizo, sin embargo, ver a todos que la guerra estaba terminada. Cuando el 27 de octubre la flota alemana recibió la orden de hacerse a la mar para una última ofensiva, los marineros se amotinaron. El 3 de noviembre, unas asambleas de marineros y trabajadores portuarios tomaron el puerto de Kiel. La revuelta, una segunda revolución alemana, se extendió a otros puertos del Báltico (Bremen, Lübeck). De la flota pasó a las unidades del Ejército de tierra, y de los puertos del Norte a otras ciudades alemanas. El 7 y 8 de noviembre, los socialistas independientes, dirigidos por Kurt Eisner, proclamaron en Munich la República Socialista de Baviera. El 9, la revolución llegó a Berlín, donde el jefe del Gobierno cedió el poder al líder del SPD, Friedrich Ebert. La Comisión Alemana para el Armisticio, encabezada por Erzberger, negoció ya con Foch -en Compiègne- la rendición total. El Kaiser Guillermo II abdicó el día 10 y se exiló en Holanda. Ese día, anticipándose a una posible insurrección popular, los socialistas berlineses proclamaron la República e, incorporando a varios socialistas independientes, formaron un nuevo gobierno presidido por el mismo Ebert.

A primera hora de la madrugada del 11 de noviembre, Erzberger firmó el armisticio y a media mañana cesaron las hostilidades. La guerra había terminado: la paz fue celebrada ruidosa y festivamente por multitudes entusiasmadas que se echaron a las calles durante varios días en la casi totalidad de las localidades de los países aliados.